miércoles, 3 de septiembre de 2014

LOS ROSTROS DEL BACHAQUEO.

El problema del contrabando (bachaqueo en estos tiempos) va más allá de las promesas populistas y demagógicas de un gobierno incapaz de asumir el exorbitante derroche de más de 15 años de personalismo y hegemonía del chavismo. El solo origen de la expresión "bachaqueo" da para analizar algo que el chavismo jamás va a reconocer: la responsabilidad por la peor crisis económica y social de nuestra historia.

El contrabando es un problema de buena parte de la historia venezolana en sus periodos colonial y republicano. Las primeras rebeliones civiles (llamados movimientos pre-independentistas) corresponden a acciones dirigidas a levantarse principalmente contra el monopolio económico ejercido por España en sus provincias americanas. El logro trascendental de la independencia fue principalmente la libertad para comerciar (casi todo los demás, sobre todo el tema de derechos sociales, quedó sin mayor cambio). Durante los siglos XIX y XX las zonas portuarias y fronterizas fueron desarrollando su condición de espacios proclives al contrabando (así como en todas las fronteras pobladas del planeta). De forma que sobre todo los estados Zulia y Táchira encontraron en el contrabando más que un mecanismo de intercambio, una expresión social y cultural de los pueblos de frontera.

El ahora “bachaqueo” no nos molestaba tanto cuando la balanza comercial era favorable a Venezuela. De seguro más de un chavista, incluyendo al mismo Maduro (con todo y sus aparentes limitaciones cognitivas) pudo comprar, en aquellos años cuando eran adecos, copeyanos o izquierdistas parasitarios, ropa en Cúcuta o Maicao para revender en Venezuela, o simplemente para uso propio.

Inclusive durante los primeros 12 años de la revolución, mientras en el plano del discurso se ufanaban de un nacionalismo que no les permitía ni aceptar agua colombiana regalada, tirios y troyanos se beneficiaron por igual del raspacupismo y el bachaquerismo en la frontera hasta que el mismo gobierno le puso fin a tan jugoso negocio revolucionario.

Pues bien, la balanza comercial desde hace por lo menos seis años no es favorable a Venezuela, los dólares ya no son tantos como para derrocharlos de la forma más chavista posible, y la producción nacional ha caído a límites comparables a los de una condición de guerra mundial. El negocio ahora no es comprarle al vecino sino venderle. Pero con el agravante de que ya no producimos ni para cubrir las necesidades del mercado de consumo interno.

¿Quiénes son entonces los que motorizan el nuevo coco de las noches infantiles de la revolución? Basta recorrer las zonas de frontera, los mercados populares, de las pulgas o de buhoneros de todo el país para caer en cuenta de cuáles son los rostros del bachaqueo. En el Mercado de las Pulgas en Maracaibo no es Lorenzo Mendoza, ni Jorge Roig, ni ningún oligarca el que te vende un kilo de leche a 250 bs, una harina pan a 50 bs, un pote de champú a 250 bs o un desodorante (cuyo precio oficial es de 17 bs) a 120 bs. No es Leopoldo López o Henrique Capriles el que te cobra la matraca cuando pasas un camión o una gandola (tracto-mula para los colombianos) full de gasolina o leche de Mercal. No es tampoco un gobernador o alcalde la oposición el propietario de los depósitos donde se clasifica la mercancía que se vende a sobreprecio o se envía a Colombia buscando la mejor ganancia.

Allá, donde el chavismo solo va a buscar votos, a pintar una acera cuando es políticamente conveniente, o a poner vallas religiosas con la figura del gigante muerto, el llamado pueblo ha encontrado una forma de subsistir ante el embate de una política económica errada, revendiendo lo que puede comprar luego de hacer humillantes colas. Invertir un sueldo mínimo, o parte del mismo comprando productos regulados puede representar para una familia pobre (que las hay y por millones luego de 15 años de revolución) la posibilidad de duplicar sus ingresos. En la frontera un militar de tropa con fuertes aspiraciones de lograr la “felicidad burguesa” puede ganar en un solo día a través de la matraca el sueldo quincenal de un oficial general (no lo que gana Rafael Ramírez; tampoco el bachaqueo da para tanto). Un funcionario público con claras aspiraciones de empresario capitalista puede encontrar en el control de un depósito o varios camiones bachaqueros, una opción para abultar las ya gordas arcas personales, pero bajo la premisa de que “no lo hace robando sino invirtiendo su plata en un negocio de oportunidad”.


A todo esto debe sumarse las reconocidas mafias que por años se han lucrado de comprar muy barato, pasar por los caminos verdes y vender caro. Ante la omisión o el amparo de las fuerzas armadas y las autoridades aduanales cuyo ética y moral (revolucionaria) tiene la misma consistencia que medio vaso de chicha con hielo.

Como muchos analistas económicos han coincidido, el contrabando no es la causa sino la consecuencia de los vicios de un modelo económico rentista que durante quince años ha invertido más en la consolidación de un sistema cerrado de importaciones, desestimulando la inversión y producción nacional. De un sistema de control de precios que solo ha propiciado el aumento de los productos a un valor en bolívares al que tal vez con precios liberados no habrían llegado. De la actuación errática de un gobierno que en los últimos años, ante la contingencia, parece haber hecho un acuerdo por debajo de la mesa con parte del empresariado para generar las condiciones que permitan administrar la miseria logrando el control totalitario del país.

Vale la pena destacar que, los productos cuyos precios regulados son más irreales en relación al ritmo inflacionario, se constituyen en los principales símbolos de la escasez y el contrabando. Lo que se explica por una lógica simple: si los precios de regulación son ridículamente irreales, y si la demanda es superior a la oferta, no hay que ser Domingo Felipe Maza Zavala para entender que se produce una distorsión en la que la escasez y las ventas no oficiales con sobreprecio aparecen sin mayor planificación.


Para lograr dar con las verdaderas causas de la mayor crisis económica (e incluso social) de nuestra historia, el gobierno solo debe mirarse a un espejo adornado con las palabras “revolución”, “socialismo”, “pdvsa”,“rentismo”, “cadivi”, “Indepabys”, “sundecoop”, “sundde”, y muchas otras, para encontrar al verdadero responsable. Nicolás Maduro, como hijo disciplinado debe asumir el desastre económico que se gestó en los años de su papá militar, y en lugar de solo hacer un quid pro quo, un “cambiar para seguir igual”, en principio debe reconocer el fracaso del modelo económico chavista. Mientras más tiempo busque ganar a favor de eludir responsabilidad, más grande es la hipoteca que la revolución nos dejará a todos los ciudadanos y ciudadanas de Venezuela. 

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